viernes, 30 de mayo de 2014

Mamá, viuda y luchona



Historia de vida de Graciela Salinas

por Armando Castañón

Graciela tenía 20 años de casada cuando su hijo mayor, Mario Alberto, con sólo diecinueve años de edad sufrió un accidente laboral, lo que provoca que lo internen durante ocho días antes de fallecer en el hospital. No siendo suficiente la pena, su esposo José Rodríguez muere en un accidente automovilístico tan sólo dos meses después de la pérdida de su hijo. Así, Graciela y su hija Jessica se quedaron solas a su suerte, perdiendo trágicamente a sus seres queridos y con ellos, el sustento económico del hogar.

Graciela Salinas vio luz un 4 de enero de 1958, nacida y criada en la ciudad de Viesca, Coahuila. Con un porte alegre y despreocupado, esconde tragedias y desventuras que ha vivido, así como alegrías pero sobre todo una vida de lucha y un entusiasmo incansable.

“Vivi con mis abuelos (en Viesca) toda mi vida, ellos me criaron. Hasta que cumplí dieciocho años y conocí a José. Mi esposo y yo nos enviábamos cartas y un día en una carta me dijo, ’¿te casas conmigo?’ Y yo le dije que sí” nos comenta Doña Chela, como la llaman sus vecinas. Y aunque los abuelos de Graciela no estaban de acuerdo en el noviazgo y futuro matrimonio, la pareja se fugó a Torreón para contraer nupcias en esta ciudad.

Después de un tiempo en el que José no encontraba trabajo, los recién casados tuvieron que mudarse a Saltillo en busca de oportunidades. “Primero llegamos con una tía de José y luego ya empezamos a vivir de renta. Pero poco a poco fuimos juntando nuestro dinerito para una casa (…) para cuando nos fuimos a nuestra casa ya teníamos a Mario Alberto y Jessica (sus hijos)”.

Tiempo después, con la familia ya bien asentada en la capital coahuilense, Mario Alberto estaba trabajando  como electricista y con tan sólo algunos meses laborando sufrió un terrible accidente. “Pobre de mi hijo acababa de salir de estudiar (…) Lo internaron en el hospital un martes y para el miércoles de la otra semana falleció”, nos platica Doña Graciela entre lágrimas.

“Por si no fuera poco a los dos meses se mató José”, nos sigue contando Graciela. Su esposo José Ramírez trabajaba en una construcción, un fin de semana luego de la muerte de su hijo, él también perdió la vida. “Venía con un compadre en la camioneta, iba manejando borracho y en un descuido la camioneta se volcó”, nos platica mientras recuerda el trágico hecho.

Tras lo sucedido, la familia de Doña Chela acudió para ayudarla. Entre sus hermanos y su mamá la ayudaron a ella y a su hija a mudarse a Torreón a la casa de su madre, dónde contarían con apoyo familiar. Al hacer el cambio de ciudad, Jessica de 14 años se inscribió en una escuela secundaria y Graciela comenzó a vender gorditas por las mañanas, nieve en las tardes y menudo los domingos, además de vender ropa entre sus vecinas en la colonia Eduardo Guerra. “Fue difícil para mí quedarme sola, porque yo no sabía hacer nada, y de estar acostumbrada a que todo me dieran a de repente tener que trabajar y dejar mi casa, sí fue muy difícil” nos comparte.

“Todas las noches lloraba, pero un día mi hija se despertó y me encontró llorando; ella también se puso a llorar conmigo. Supe ahí que debía levantarme pues si yo no cuidaba de mi hija, nadie lo haría. Ella era lo único que me quedaba”, nos sigue platicando la originaria de Viesca. Mientras Jessica seguía estudiando la secundaria y luego la preparatoria, aparte de clases especiales de cómputo, Graciela seguía vendiendo todo tipo de productos y comida para sacar adelante a su hija, lo único que le quedaba de su familia.

“Es un orgullo para mí que (Jessica) haya terminado sus estudios, porque ella no se ha avergonzado de lo que soy. Siempre dice con orgullo que su madre sola, aunque no haya tenido estudios, la ha sacado adelante”. Incluso hoy que Jessica se graduó en ingeniería en mecatrónica por la Universidad Tecnológica de Torreón, Doña Chela sigue trabajando y aunque el dolor no se olvida no le guarda resentimientos a la vida e intenta imprimirle alegría a todo los que hace: “nunca le he reclamado ni a la vida, ni a Dios por qué esto me pasó a mí. ¿Por qué a  mí no? soy un ser humano como cualquier otro”.


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